jueves, 30 de octubre de 2008

AB URBE CONDITA

La Feria del Libro nos ha traído una ´Historia General de Málaga´, extensa e interesante obra de Enrique del Pino que publica Almuzara. Enrique del Pino, a quien no conozco personalmente, es investigador, ensayista, narrador, dramaturgo y, en ocasiones, autor intrépido. Una intrepidez colosal fue componer, hace algunos años, el ´Quijote´ en verso. Otra no menos notable fue publicar en 2006 un diccionario del habla malagueña donde compila hasta 5.000 vocablos de aquí. Ahora, émulo de Tito Livio, no sólo se ha atrevido con la historia de esta ciudad desde sus orígenes hasta hoy, sino también propone una fecha concreta para la fundación de la Málaga fenicia: el año 584 antes de Cristo. Si Tito Livio urdió en su magna ópera la primera ucronía escrita de que se tiene noticia, imaginando lo que habría sucedido si Alejandro Magno hubiese iniciado sus conquistas al oeste de Grecia, Enrique del Pino regala una fecha de cumpleaños imaginaria por aproximada, pero útil. Ya sólo queda por conocer, como asunto de capital interés en nuestra capital, cuándo nos brotó la genuina gens merdellona. 
Abordar la escritura histórica de tantos siglos obliga, entre otras exigencias, a una constante elección de los contenidos. Ahí entran en juego el oficio y la destreza del investigador, mas también, inevitablemente, las querencias propias. Cada cual es dueño de sus gustos y sus disgustos. Cuando falleció el coplero Emilio el Moro, toda Cádiz y parte del extranjero se echó a llorar, en tanto que el recientísimo fallecimiento del bodeguero Emilio Moro lo hemos lamentado en los alrededores de Valladolid y en el salón de mi casa. Las cosas del querer, ya digo, son intransferibles. Enrique del Pino las sortea en su libro con destreza y oficio, incluso a la hora de abordar la tan espinosa época de la Guerra Civil, con la excepción, quizás, del papel en exceso relevante que atribuye al grupo poético ´Banda de Mar´. En fin, que levante la mano quien, en el fragor del relato de lo coetáneo, no hubiese caído en la tentación de arrimar una vez el ascua a su boquerón.
Sin ánimo de echar al vuelo las campanas de la torre de la Catedral que nos falta, creo que este libro es justo y casi necesario. Una ciudad tan antigua, nada menos que del 584 antes de Cristo y de los merdellones, precisaba una narración global y amena sobre sus peripecias históricas. Nuestro émulo de Tito Livio las cuenta de un modo liviano, lo que no quiere decir superficial. Tal vez, parafraseando yo a don Emilio García Gómez, se le calienta a don Enrique demasiado la pluma al final, cuando se muestra convencido del éxito de la aspiración a la capitalidad europea de la cultura, sobre todo al explicar las razones de ese convencimiento. Tito Livio, refiriéndose al pueblo romano en los primeros siglos de fundación, subraya que "si la pasión que siento hacia mi empresa no me engaña, jamás existió estado más grande, más puro, más rico en buenos ejemplos". Enrique del Pino, sobre la meta de la capitalidad europea, pondera que, para alcanzarla, "no tendrán los malagueños más que poner en juego sus dotes y dones: independencia (intelectual) y lealtad; libertad y hospitalidad; galbana y socarronería. O lo que es lo mismo: el ser malagueño. Vale". Tal preguntaban los indios gorrones: ¿qué vale?

viernes, 29 de agosto de 2008

1. 2. ¿POR QUÉ 584?



HARÁ YA COMO CINCO MIL AÑOS QUE EN UNA ESTRECHA FRANJA COSTERA del Asia Menor aparecieron unas gentes que iban a dar mucho que hablar en la construcción de lo que hoy llamamos Occidente, al menos en su localización europea meridional. Eran, y hasta es posible que por causa de una no se sabe bien qué tendencia a vivir en el filo de las tierras, gentes pacíficas, cuya principal ambición parece que fue asentarse en aquella costa asiática para vivir en paz. Poco a poco fueron dando forma a pequeñas comunidades más o menos autosuficientes, que serían conocidas como ciudades-estado. Hacia el inicio del segundo milenio anterior a nuestra Era alcanzaron un cierto grado de prosperidad, acorde con su autonomía, y con arreglo a ella se relacionaron con las grandes potencias de entonces, aunque en calidad de ‘hermano pobre’. Con el paso de los siglos, los vecinos de Judea, Egipto, e incluso los de las tierras del norte -asirios, griegos y otros- fueron los más interesados en intercambiar bienes y servicios, incluidos los que podemos englobar bajo el título de culturales. Al aproximarse el comienzo del primer milenio de aquel período antecristiano ya eran relativamente un pueblo con nombre acreditado: los conocían por fenicios.
Para entonces -1400 ó 1300- ya habían no sólo descubierto sino acreditado una industria que les habría de asegurar la supervivencia durante casi el milenio siguiente: la navegación. Dado que disponían de excelentes materiales apropiados para la construcción de barcos -inmensos bosques de cedros y olivos- y una avanzada técnica marinera -no en vano habían evolucionado a partir de su proximidad al mar-, no tardaron en descubrir las muchas ventajas que obtendrían ocupándose de visitar otras tierras, primeramente las cercanas, para después y poco a poco ir alejándose por todo el largo del océano conocido. Eran estas de toda índole pero había algunas que les interesaban especialmente, sobre todo porque en sus enclaves, las ciudades-estado antes apuntadas, no las encontraban, al menos en la cantidad apetecida: eran los metales. Parecerá cosa de risa pero su búsqueda les habría de llevar con los años a recorrer todo el perímetro conocido del mar a su alcance, que era el Mediterráneo, e, incluso, aventurarse más allá -para nosotros más acá- de las llamadas Columnas de Hércules, ya en dirección sur, bordeando el África, ya al norte, desde luego hasta Lisboa, aunque hay quienes estiman que consiguieron poner pie en las islas Casitérides, ya en pleno Atlántico. Pero dejemos esto, pues por mucho que merezcan atención sus extraordinarios periplos lo que nos interesa ahora queda a este lado del Estrecho.
Las ciudades-estado en que se constituían como comunidad homogénea, lo que les confería la legitimidad fenicia, se sucedían a lo largo de la costa originaria; eran muchas, casi todas con asiento en la tierra firme, aunque algunas se extendían a los islotes próximos, algunos tan bien situados y con tal disposición geográfica que llegarían a constituir núcleos formidables cuando les tocase la hora de soportar las duquitas de la muerte, que por todo habrían de pasar. Biblos, Sidón y otras tantas jalonaban aquel territorio pero hacia una nos debemos sentir especialmente concernidos. Sensibles, diría. Su nombre era Tiro. En la actualidad es una bella ciudad de unos 120.000 habitantes, que está hermanada con Málaga, que es el paraíso desde el que escribo estas líneas. Con esto aclaro la especial sensibilidad a la que me refiero pero hay más, mucho más, pues sus fundamentos vienen de antiguo. Sigamos.
Tiro fue fundada, como muy pronto, hacia el 2700 antecristiano, más o menos como Sidón, que está como a un tiro de honda, al norte (35 km.). Siguiendo ese camino se llegaba a Beirut y Biblos, y a muchas otras; al sur quedaban Acre y otras tantas. Entre ellas persistía un tráfico más o menos estable, pues aun perteneciendo todas a la misma rama étnica, mejor diría geopolítica, nunca olvidaban que eran independientes. Cada una hacía la guerra (la paz, en su caso) por su cuenta, y así un buen día se decidieron a iniciarse en el cabotaje, lo que les posibilitó a no mucho tardar aventurarse en la alta mar. De lo que consiguieron con estas inciativas ni les cuento; baste decir que llegó un momento en que la cuenca mediterránea en su totalidad fue hollada por ellos, incluidas las islas interiores, algunas, como Cerdeña, únicamente en su parte sur, pero siempre y en todo caso en los litorales. Nunca hicieron incursiones al interior de las tierras, al menos, por lo que se sabe, a distancias largas. Lo cierto es que hacia los siglos XI y X del período asomaron por las entonces exuberantes orillas ibéricas. Un día algunos fundaron una colonia en un islote atlántico, que llamaron Gadir (Cádiz); algunos siglos después otras, sobre todo en el lado este si nos atenemos al itinerario de llegada; Abdera (Adra), Sexi (Almuñécar), y otras tantas, quizás de menor importancia, fueron algunas. No se sabe del todo bien si una que llamaron Malaka alcanzó tal categoría; creo que sí, pero eso ocurriría a su debido tiempo. Por ahora conviene aclarar que aquellas colonias no fueron tales, en sentido estricto, pues apenas si pasaron de servir de simples embarcaderos, lugares apropiados para descansar de sus viajes y, a lo sumo, esperar a que pasase el mal tiempo. Para que gozasen de la condición de colonias tendría que darse una circunstancia expresamente voluntaria: la decisión de quedarse para siempre.
Así que desde el siglo VIII en adelante aquellas radas de la costa sureña peninsular gozaron de la presencia de estos arrojados navegantes, los cuales, cumplida la misión, solían regresar a sus respectivas metrópolis. Los que atracaban en las arenas de Malaka debieron ser originarios de Tiro, según sabemos a tenor de los datos existentes, pero esto sería, por ahora, irrelevante, ya que en todo caso fueron fenicios. Durante los siglos VIII y VII sus ‘paradas’ en el lugar fueron inestables, hasta que un día encontraron que había otras gentes, incluso esperándoles. Al parecer, vivían en el interior y mostraban un evidente retraso cultural respecto a ellos. Uno muy llamativo era que carecían de alfabeto. Hablaban, sí, pero de oídas. Ni por pienso se les había ocurrido que los sonidos que pronunciaban podían ser representados con signos: palotes, circulitos y cosas así. Además, mostraban una rudeza casi insultante, pues ni cuidaban la vestimenta ni la higiene ni nada de nada; eran como vulgarmente se dice, unos zoquetes. Pero eran buena gente. Pacíficos, sencillos, amables y, sobre todo, extremadamente confiados. Tanto que a cambio de unas bolitas de cristales de colores ensartadas en un hilo y convenientemente anudadas, a fin de que no se desparramasen en caso de ser colgadas alrededor del cuello, entregaban una carga cuantiosa de mineral o metal, de aquel que ya sabemos extraían de las minas de sus territorios. Cuando, al cabo, intercambiaban esos productos, cada grupo tomaba el camino de vuelta más contento que unas pascuas: los habitantes del interior a sus poblados y los navegantes a sus puertos de origen. Así, décadas, con lo cual la parte de playa en que esas operaciones cuasi mercantiles habían sido efectuadas quedaba expedita, vacía, apenas salpicada por los restos del guirigay correspondiente, desde luego mucho mejor que aparece Martiricos los domingos al mediodía, después del cierre del mercadillo que tiene lugar con asiduidad.
Aquellos contactos menudearon, al punto de acometer la tarea de construir instalaciones más o menos fijas; en esto participaron los indigenas, que también levantaron alguna que otra casa. En su momento veremos qué nos dicen las piedras que, hasta hoy, han aparecido al remover el subsuelo. Como los señores que manejan el carbono 14 son muy sabios, han determinado fechas para estas cosas; ya saben: movimientos de gente, industrias aplicadas, secuencias terrosas, etc., un revoltijo de afirmaciones convenientemente avaladas por los sustratos, restos de objetos, no pocos huesos, desperdigados o no, que, en su conjunto, permiten aventurar que la que ha llegado a ser ciudad de Málaga pasó de ser embarcadero, poalafito o morro de circunstancias, provisional en todo caso, un asentamiento estable. Estos eruditos, eximios buscadores de glorias pasadas, se han puesto de acuerdo en determinar que este paso, este decisivo tránsito, se produjo dentro del primer cuarto del siglo, naturalmente anterior a Cristo.
Llegados a este punto, conviene no perder de vista que la cuestión se torna excitante, porque si bien contamos con la anuencia de los científicos para movernos dentro de un período de más o menos 25 años, es el caso que ninguno se ha atrevido a fijar el concreto en que dicha ‘fundación’ tuvo lugar. Bien mirado, se comprende. Arqueólogo por aquí, catedrático por allá, es de presumir que cada cual tiene algo que perder -y poco o nada que ganar- y cuesta trabajo tomar la decisión de tirarse a la piscina, pues ¿y si está vacía? El coscorrón lo tendrían asegurado, pero podría ser peor: la tetraplejia no atiende a razones; recuerden lo que le pasó a Supermán, bueno, al actor que lo encarnó en el cine, el buenazo de Christopher Reeves. Es mucho mejor, deben pensar, dejar que sea otro quien tiere la primera piedra. Que, por supuesto, de ellas hablamos, pues es lo que se encuentra al pinchar el suelo malagueño, y a saber lo que este nos tiene reservado para sorpresa de muchos, lo que inevitablemente irá ocurriendo día tras día.
Dedicaré los capítulos que hagan falta para desmenuzar los mil y un pasos que se han dado, y se van dado a diario, en esta línea indagadora de los orígenes, pero ahora, para terminar este, lo que quiero decir es que he sido yo, que tenga o no mucho que perder lo pongo en juego con la naturalidad que reclama el servir a la ciudad en que he nacido, quien ha propuesto ese año vital, tan buscado como posible. Poco a poco, en sucesivos artículos, iré desvelando las razones de que me sirvo para determinarlo pero ahora ha de bastar con señalar que es, en cualquiera de los casos que se puedan imaginar, un año mágico. Y ya se sabe: poco se puede hacer contra los poderes que no son susceptibles de ser zarandeados, y que por eso son maravillosos, míticos, legendarios, sujetos a la magia creadora. Que esta Malaka, la ciudad de la que empecé a hablar en el capítulo anterior, fuera ‘fundada’ en el 584 anterior a nuestra Era no debe escandalizar a nadie, sino, todo lo contrario, enorgullecerle, pues no hay mayor tesoro en la vida de los hombres que conocer su origen cierto: es lo que nos personaliza y confiere historicidad. Y Malaka no será hombre pero es mujer, lo cual, en estos tiempos que vivimos, significa un gran paso en la universalización del espíritu.

miércoles, 27 de agosto de 2008

FORO MALAKA 584

EN BUSCA DE UNA FECHA PERDIDA

1. 1. ¿POR QUÉ MALAKA?

QUIERO ACLARAR DESDE EL PRINCIPIO QUE EN ESTE BREVE ENSAYO TOMO como protagonista a la ciudad de Málaga, esta en la que he nacido y he residido siempre, la cual no es otra que aquella que un día ya lejano resultó del esfuerzo de unas pocas personas que se habían reunido dispuestas a acometer la grandiosa aventura de constituirse en lugar o habitación común, donde les fuera posible reunirse y trabajar, y luego descansar, bajo el mismo cielo, que era intensamente azul y podían contemplar desde el pie de un monte que en sus estribaciones al sur tocaba el mar. Este enclave era una extensión relativamente pequeña, formada a lo largo de milenios en forma de valle de aluvión, debido a las muchas torrenteras que bajaban durante las estaciones lluviosas de la corona de montes que lo rodeaban, formando un arco de este a oeste, cuya cuerda, más o menos recta, era la orilla de ese mar insinuado, que un día habría de ser llamado Mediterráneo. De entre las vertientes que servían de cauce a los imponentes derrubios, la más impetuosa, la más avasalladora, incluso la más grosera, era una que quedaba al oeste del monte primigenio, la cual, cuando las aguas se colmaban en las alturas, aparecía al final del valle en forma de avenida incontrolable, que, al cabo, cuando pasaba la furia, dejaba una nueva capa de sedimento, en todo caso trufado de pequeños guijos y arenisca. A este cauce se le dio rango de río, a socapa de la dilatada porción de tiempo que se pasaba más seco que el ojo de un tuerto, y así, andando los días, pasito pasito, uno de ellos tomó el nombre de Guadalmedina, ya veremos por qué.
Entre el dicho cauce y el monte, que también recibió nombre en su momento -y que para no perder el hilo ya les descubro: Gibralfaro-, se abría el valle en forma triangular, reservando para la base, la propia orilla, el espacio más ancho; visto bajo esta perspectiva, y mirando el río desde la desembocadura, el llano que nos interesa quedaba a su derecha, a la manera que decimos de los espectadores en el teatro. Esta forma de señalar puede parecer pedestre pero es importante su fijación si queremos hablar de la ciudad que ya mismo vamos a ver aparecer; lo cual no impide que al otro lado, es decir a la izquierda del arroyo, la planicie se extendiese más dilatadamente, incluso hasta alcanzar a otro cauce, este más significado, que como a unos 6 kilómetros también se dirigía al mar. Eran pues, dos desagües paralelos, este que ahora cito de más empaque, que en su día también dispuso de nombre, Guadalhorce. Pues bien, tanto entre los dos como entre el más pequeño Guadalmedina y el monte sólo hubo durante milenios tierra acumulada.
Un día, alguien la holló. Hacía milenios que en las altas del interior circulaban gentes que sin rubor podemos afirmar tenían la misma hechura que nosotros. Es posible que viéndonos ahora en el espejo, después de duchados, pulidos y emperifollados, vestidas las señoras con el modelo de última generación y los caballeros con el traje que nos ha costado un dineral, se nos haga difícil admitirlo pero esa es la realidad. Aparte algunas diferencias externas, compartimos estructura, la misma que los expertos en la materia han dado en establecer como única especie inteligente; ya saben, la llaman hombre sabio.
Estas gentes llevaban milenios yendo de un lado para otro y en contadas ocasiones pasaban más de una estación en el mismo lugar. Eran nómadas, que quiere decir precisamente eso: dados a trasladarse, casi siempre en función de los pastos. Este detalle no es baladí, pues eran los pastos los que determinaban la frecuencia con que ciertos animales acudían a ellos, lo que, de forma más o menos subsidiaria, animaba al hombre sabio a estar cerca, ya que su carne les servía para alimentarse. Así, aquellos antecesores nuestros, buscando carne que comer, accedieron también a los frutos que determinadas especies vegetales proporcionaban. Cuando las plantas entraban en sus ciclos de recuperación los animales emigraban a otra parte, y con ellos nuestros antepasados. En este ir y venir, claro nestá, transcurría la vida, que poco a poco les iba mostrando sus infinitas posibilidades de permanencia; desde yacer y perpertuarse como especie hasta imaginar qué les pasaría el día en que abandonaran este mundo, que con arreglo a los cómputos actuales eran de risa, más o menos treinta años de promedio, ya tenían en qué entretenerse. Poco a poco se fueron haciendo al mundo que les había tocado vivir. En su largo caminar, casi todos topaban con vías de agua, manantiales, ríos, lagos, y algunos hasta con esa extensión salada inmensa que hemos dado en llamar mar, lo que les permitió descubrir nuevas fuentes de aprovisionamiento, pues los animales, esta vez en forma de peces, también se podían comer.
No eran muchos. Se puede decir que casi vivían en familia. Unas pocas, las que permitía la cortísima edad que alcanzaban. Cuando eran varias, por proximidad, formaban clanes, que puede entenderse como el estadio inmediatamente anterior a la tribu. Llegados a este punto, la vida de la comunidad se complicaba, pues se hacía necesaria una racionalización de los esfuerzos y del trabajo. Fue entonces cuando las estancias en lugares delimitados se hicieron estables, aunque no del todo. En tales momentos, siglos arriba siglos abajo, descubrieron que las tierras, tratadas con cierta técnica e intención, podían dar frutos desconocidos hasta entonces, igualmente sabrosos, de forma periódica, lo que les evitaba la trabajera de seguir desplazándose por los territorios sin solución de continuidad. Como por ese tiempo descubrieron que en determinados sitios había rocas que brillaban de un modo peculiar, que arrimándolas al fuego -que sabían conservar desde tiempo inmemorial- les proporcionaban herramientas resistentes, bastante más que las ramas de los árboles e incluso los huesos, con las cuales les resultaba relativamente fácil remover aquellas tierras, decidieron establecer poblados fijos, cercanos a ellas. De aquí a la creación de lo que hoy llamamos Estado faltaba lo que un guiño, pero de eso ya hablaremos. Lo que ahora importa es el hecho de que, después de milenios, les vemos a las mismísimas puertas de la Historia, que en la parte de la España en que nos movemos es la del Sur.
Como no es malo poner nombre a las personas y las cosas, aceptemos para estos hombres sabios el de indígenas, que quiere decir ‘originarios del país de que se habla’. Ellos lo ignoraban pero nosotros sabemos que los estudiosos antiguos, ya en tiempos históricos, los clasificaron con arreglo a ciertos rasgos que consideraron peculiares, aunque establecieron la denominación de ‘ibéricos’ para englobarlos a todos, quizás porque entrevieron que estaban estructurados política, económica, social, religiosa y culturalmente, lo que les confería condición de pueblo en vías de organizarse como Estado, el que antes apuntaba. No procede en este momento citarlos a todos pero sí, al menos, a los que se hallaban instalados en las tierras circundantes al valle que nos ocupa, aunque admitamos una proximidad variable, que eran los turdetanos y los bastetanos. Si quisiéramos trazar la línea divisoria entre unos y otros, esta señalaría una vertical que bien podría partir de la ciudad malagueña y dirigirse hacia el norte, quedando los primeros al oeste y los segundos al este. Pero esta manera de señalar no es del todo exacta. Sobre todo porque, como ha quedado dicho, en el momento en que los hemos situado eran pueblos constituidos por tribus dispersas, cuyos asentamientos nunca eran definitivos. Sin embargo, es lo que tenemos y a ellos debemos ceñirnos para ir perfilando la que pudo ser ‘cuestión’ indígena en la formación de un núcleo habitado con pretensión duradera en el pequeño espacio al pie de Gibralfaro.
De ello trataremos más adelante. Ahora toca apuntar que si ese núcleo acabó siendo estable un día, no fueron ellos quienes lo fundaron, sino otras gentes, pertenecientes a una región lejana llamada Fenicia, que llegaron por mar, si bien intervinieron en el invento. Serán los navegantes, al cabo, los que alcanzarán especial protagonismo en esta historia, y como resultó que junto a las numerosas novedades que traían estaba un conjunto de signos con el que daban expresión gráfica a su lenguaje, que llamaban alfabeto, una de las primeras consecuencias de ello fue confirmar el nombre que hacía décadas ellos mismos, cuando pasaban alguna que otra temporada en el lugar, le habían puesto. Era Malaka. La misma que veintiséis siglos después llamamos Málaga.

martes, 19 de agosto de 2008

Creación del FORO para la fijación de la fecha fundacional de la Ciudad de MÁLAGA

La inclusión del artículo 'En busca de una fecha perdida' en mi libro HISTORIA GENERAL DE MÁLAGA (reproducido en este blog el pasado día 11), tenía la finalidad de hacer pública una propuesta: dotar a la ciudad de fecha fundacional concreta, qué menos que el año. Yo sabía, intuía, que la idea sería tomada en consideración por una determinada masa de lectores, ya fuera para mostrarse conformes o disconformes, pero lo que no pude imaginar es que su número llegase a alcanzar proporciones desmesuradas. Digo esto porque desde que el libro salió al mercado -mayo de este mismo año- no han cesado los comentarios y artículos adhiriéndose a ella, aunque también se ha publicado una opinión contraria, la de un periodista que, dando por supuesto mi buena intención, concluye diciendo que es mejor dejar las cosas como están, es decir sin fecha precisa. También ha rebuznado algún que otro internauta mostrando interés en saber el mes, el día y la hora en que el magno acontecimiento tuvo lugar. Naturalmente, es bueno que haya gente con capacidad cerebral disminuida que dé a la luz estas gracietas: son los caireles del ropaje que nos distingue. Pero sigamos.
Las personas que ven con buenos ojos el proyecto son muchas, y me lo han hecho saber de forma directa, al punto de haberme motivado para ir confeccionando una lista de adhesiones; Estas son gentes de la cultura malagueña, en general, pero algunas de ellas pertenecen a entidades de mucho peso. Por ejemplo, el periodista Alfonso Vázquez, de 'La Opinión', me hizo el honor de entrevistarme para dar cuenta no sólo de lo que digo sino de la dirección que han tomado las cosas, en el sentido que ahora diré. En dicho reportaje, sin que me lo esperara, incluía un suelto en el que hacía público el interés del concejal de Cultura del Ayuntamiento, Sr. Briones, por 'hablar conmigo sobre el particular', después de dejar explícito que la idea le parecía valiosa e interesante. Días después tuve conversación telefónica al respecto y para después de la Feria se darán nuevos pasos.
El mes de agosto es de espera. Para septiembre todo se reanudará, y para entonces veremos las posibilidades reales de dar cuerpo efectivo a un grupo ciudadano que, de forma ordenada y sin ánimo de lucro, abogue y trabaje en la línea propuesta. Este podrá llevar por nombre algo así como FORO PARA LA FIJACIÓN DE LA FECHA FUNDACIONAL DE LA CIUDAD DE MÁLAGA, si bien para simplificar a efectos periodísticos y de divulgación bastará con decir MALAKA 584, ello en atención al fin que se pretende.
Este pequeño resumen debe servir para informar. Con el paso de los días iré incluyendo nuevos datos pero, mientras tanto, también puede ser buzón en el que se recojan adhesiones, sobre todo para determinar el número de 'fundadores' de que constará el citado FORO. Los lectores pueden hacerlo depositando sus comentarios en este mismo blog.
Hasta pronto.




lunes, 11 de agosto de 2008

EN BUSCA DE UNA FECHA PERDIDA

Incluyo a continuación el epígrafe correspondiente, que va incluso en la HISTORIA GENERAL DE MÁLAGA, en el cual propongo el año 584 a. de C., como fecha verosímil y aceptable de la fundación de la ciudad de Málaga.

Entiendo que mueva a la risa el solo conocimiento de los cómputos que manejaron los sabios antiguos, y menos antiguos, para establecer las cronologías pertinentes en todas las ramas del saber pero pido desde esta discreta atalaya un poquito de comprensión, a fin de atemperar nuestros juicios a la circunstancia concreta que llevó a cada uno de ellos a escribir lo que escribió. Únicamente así podremos encajar sin desternillarnos la noticia que nos explica la creación del mundo un día de otoño de hace 6000 años, a las nueve de la mañana.[1]
No creo faltar a la verdad si digo que hasta la segunda mitad del siglo XIX las fuentes de las que los investigadores se servían para fijar la secuencia de los hechos históricos eran casi exclu-siamente literarias, ocupando la Biblia un altísimo porcentaje de autoridad para cuestiones de ge-nealogías y datación, especialmente referidas al ámbito del Creciente Fértil. Estas fuentes, com-binadas con las autóctonas de cada lugar y todas ellas imbuidas de una considerable masa de le-yenda, habían sido asimiladas por los pueblos europeos a través de griegos y romanos, e incluso los árabes, y ya en la Modernidad pasarían a formar parte del acervo de Occidente, despose-yendo al Atlántico de toda función disgregadora. Grosso modo, con tal bagaje llegaron las cuentas de la Historia a los años en que una sucesión de acontecimientos más o menos fortuitos -implantación de las teorías evolucionistas, ‘descubrimiento’ del Africa como cuna de la Huma-nidad, concentración inusual de exploradores y viajeros por todo el planeta, auge de la paleon-tología, hallazgo de cuevas y yacimientos por doquier, nuevo enfoque de la historiografía, etc.- elevarían a primer plano científico la necesidad de ordenar con el debido rigor la sucesión real de los acontecimientos. Los pasos dados en este sentido fueron espectaculares y pronto se vio la necesidad de reeemplazar los datos usuales por otros, para que el corpus no perdiera vigencia.
Ciñéndonos al tema que nos ocupa, cual es la indagación razonada de la fecha en que la ciudad de Malaka fue fundada ‘oficialmente’, ya que no descarto una posible instalación provisional durante algún tiempo, será el peso de la prueba, en tanto que empírica, lo determinante; pero sepamos algo romántico acerca del asunto.
Recogió Pedro de Morejón un texto del poeta jonio Pisístrato, según el cual Málaga fue fun-dada nada menos que en el siglo XX a. de C.: “Dos mil menos seis años eran ya pasados de la creación, restando veinte menos de otros tantos, hasta la edad en que nació Cristo cuando el feni-cio Málago fundó á Málaga y del fundador tomó su nombre”. Guillén Robles, que citó el texto con no poca sorna, se extrañó de que se llegase a señalar una antigüedad de “tres mil ochocientos años”, lo que nos situaría en el siglo XXXVIII a. de C.[2]
El controvertido Cristóbal Medina Conde, refiriéndose a lo mismo, llamó ‘desgracia’ al pro-ceder de algunos de sus predecesores que hicieron sus cálculos ateniéndose a leyendas y noticias apócrifas, como fue el caso de Juan Serrano de Vargas, cuando escribió que “fundó á Málaga el Patriarca Salé, hijo de Arphaxad, quando vino á España con su Tío Tubal; poniendo así esta fun-dacion en el primer siglo del Diluvio Universal, pues Salé nació a los 37 años de él”.[3] Si tene-mos en cuenta que en la cronología mítica dicho acontecimiento tuvo lugar el año 2349 a. de C. el que nos ocupa debe entenderse entre el citado y los cien siguientes, es decir, en algún momento del siglo XXIII a. de C. Esta creencia fue admitida por Pedro de Morejón, aunque en su ‘Historia de las Antigüedades de Málaga’, a tenor del hallazgo de una moneda reputada en tiempos de Gargoris, rey legendario de Tartessos, explicitaba: “Y con postrera navegación, como guiado de el norte de la divina providencia, se hizo a la vela [Tubal], y entregó el lino de su vagel a los vientos el año de 2163 antes del dichoso nacimiento de Nuestro Señor Jesuchristo, y a los 142 despues del formidable diluvio del mismo, según la opinión de muchos; i aunque la tierra de de-recho competía a cada uno de los hijos de Noé y de sus descendientes, nuestro Tubal como pri- mer poblador de España, hizo propias con la posesión sus provincias. Sulcando los mares, dio fondo en esta nobilisima rexion de España, donde mas benignamente repartía sus rayos el sol.”[4] Esta disparatada secuencia nos remite al siglo XXII a. de C.
Continúa Medina Conde (p. 3) ridiculizando a Morejón cuando escribe: “Lo mismo adoptó el P. Milla, por lo que redujo la fundación de esta Ciudad al año 1179 antes de Christo, y 1127 despues del Diluvio, en que floreció este Monarca Español [Gargoris]...” Lo cual, con un descuadre de 5 años, nos sitúa en el último tercio del siglo XII a. de C.
El padre Roa, tomando datos de Hernando de Hillanes, autor que en el siglo XIV escribió una ‘Crónica de la ciudad de Ávila’, admite como fecha razonable la que se correspondería con el se-gundo periplo de los tirios a Gadir (que ya vimos no fue el último antes de la fundación de aque-lla ciudad), lo cual sitúa la acción de esta película en el siglo XII -u XI- a. de C.[5]
El mismo Guillén Robles da por buena esta fecha, con alguna matización: “Volviendo sobre lo anteriormente dicho puede afirmarse: que los tirio-fenicios fueron los fundadores de Málaga; que la llegada de este pueblo á nuestras costas debio verificarse entre el siglo XI al XII antes de Cristo y que por lo tanto Málaga cuenta poco más de tres mil años de antigüedad”.[6]
Si seguimos a otros eruditos decimonónicos que de una forma u otra escribieron acerca de la historia de la ciudad -Ildefonso Marzo, Rodríguez de Berlanga- observaremos que casi todos si-túan la fecha que buscamos en torno al siglo VIII a. de C., lo que comparado con los cálculos an-tedichos significa un efectivo acercamiento a los tiempos que hoy se consideran correctos.
Este panorama mítico-historicista cambió radicalmente al comienzo de la segunda mitad del siglo pasado, concretamente a partir del descubrimiento del teatro romano, en 1951, cuando, du-rante las excavaciones, se exhumaron restos de factura netamente fenicia fechables en los siglos VII y VI a de C. Fue entonces cuando desde diversas instancias[7] se acometieron iniciativas en-caminadas a dotar de sustento científico a los ya existentes, a la sazón desperdigados en almace-nes públicos y domicilios privados, y evitar con ello que proliferasen elucubraciones disparata-das. El respaldo que a este deseo dio la Universidad a partir de su creación en los años setenta pasados fue un factor determinante en la planificación de los trabajos encaminados a la excava-ción sistemática de yacimientos, muchos de ellos intuidos; no han tenido que transcurrir muchos años para alcanzar el nivel de conocimientos actual. Un repaso apresurado de lo descubierto en los últimos años nos facilitará la comprensión de lo dicho.
Unos restos de mampostería, presumiblemente componentes de una muralla, encontrados, en prospección de urgencia, en el antiguo edificio de Correos, al sur de la colina donde se halla la Alcazaba y, obviamente, en lo que en aquellos lejanos tiempos fue límite costero, nos indican la existencia de elementos fenicios datables en el último tercio del siglo VII a. de C. En las cerca-nías, ladera del monte, se han hallado restos de la misma antigüedad, a los que se pueden agre-gar los exhumados en el entorno del teatro romano, aún sin separarnos demasiado del promon-torio. Ya avanzando hacia el oeste, perforaciones recientes efectuadas en el área del palacio de Buenavista (con motivo de las obras realizadas para adecuarlo como sede del museo Picasso), y un sondeo en extensión en el cercano convento de San Agustín (ya excavado en los años 80 del siglo pasado), han dado como resultado el hallazgo de otras ruinas fenicias, a las que se han atri-buido carácter doméstico. Las del palacio se corresponden con restos amurallados, fechables en los albores del siglo VI a. de C. o últimos decenios del VII. En este yacimiento cobran importancia los numerosos restos cerámicos encontrados, que remiten a una efectiva relación comercial con gentes llegadas de países lejanos, como foceos o etruscos, y aun de colonias activas en el área mediterránea central, como Masalia. También se cuenta con no pocos materiales hallados, al-gunos hace décadas, en puntos aislados del que tradicionalmente se considera casco antiguo urbano -calle Pozos Dulces, jardines de Ben Gabirol, calle Císter, Campos Elíseos- y es opinión generalizada entre los arqueólogos que apenas si se ha iniciado la fascinante tarea de rescatar del subsuelo una pizca de los tesoros que encierra.
Mención aparte merece el hallazgo de los restos del poblado indígena de la plaza de San Pablo y sus aledaños de la calle Mármoles, donde han sido encontrados muestras cerámicas que pu-dieron ser recabadas de la cercana Malaka. Respecto a este lugar transcribo: “Todo parece in-dicar que la ocupación de San Pablo se inicia en pleno siglo VIII, cuando los fenicios ya están presentes en la bahía de Málaga. No nos parece plausible una relación directa con Málaka, ya que ésta no ha proporcionado por el momento materiales tan antiguos”.[8] Acerca de este yaci-miento se han publicado trabajos importantes, aunque queda mucho por decir.
Otra opinión que quiero destacar es la sustentada por el profesor Rodríguez Oliva: “Todos es-tos hallazgos [en general anteriores al siglo presente] permiten afirmar que la vida urbana en Malaka, sin descartar una primera ocupación transitoria del lugar desde el siglo VIII, que ar-queológicamente aún no se ha demostrado, comenzó en la primera mitad del siglo VI a. de C. Es, desde luego, a partir de esta fecha cuando Malaka pasa a ser la gran ciudad de la costa, en una vida ininterrumpida desde entonces hasta hoy”.[9] Por su parte Cruz Ceballos, en su informe del I Congreso de Historia Antigua de Málaga, 1994, escribe: “El puerto fenicio se supone en la des-embocadura del Guadalmedina, y la necrópolis, detectada por hallazgos casuales, en el cortijo de Montánchez (tumba de cámara, s. VI-V a. C.) De estas excavaciones se han podido extraer las si- guientes conclusiones: la ciudad inicia su existencia a comienzos del s. VI”.[10] Desde la publica-ción de estas dos citas hasta el momento en que escribo el tiempo transcurrido no ha sido bas-tante como para alterar la fecha de referencia, como se puede comprobar atendiendo a los in-numerables descubrimientos y estudios ya existentes.
En resolución, es tal la cantidad de materiales de que se dispone para elucidar la cuestión de la data que nos importa que me atrevo a decir que cada uno de los investigadores que ha tratado el asunto en los últimos treinta años ha propuesto una fecha como la más verosímil o posible, dándose la circunstancia de haber ido derivando la fiabilidad hasta condensarse en la primera mitad del siglo VI a. de C. Parece haber coincidencia, que no unanimidad, en admitirlo, pues unos más y otros menos todos han tenido en cuenta para sus conclusiones multitud de aspectos, tanto cerámicos como de otro tipo, concediendo especial importancia a las relaciones entre núcleos más o menos próximos, como pudo ser con el Cerro del Villar o el más reciente indígena de San Pablo, cada uno en situación decadente para esas fechas. Es abrumadora la bibliografía que se puede encontrar al respecto pero de nada serviría conocerla al lector no especializado. En todo caso puedo remitir a las actas de los congresos sobre la Historia Antigua de Málaga, ya efectuados, publicadas por una editorial local y la Diputación Provincial.
Resumiento lo dicho hasta ahora, tendríamos:
1º. Siglos XI al VIII a. de C.: Primeras incursiones tirias a lo largo del litoral sur peninsular, con eventuales desembarcos, fundamentalmente propiciados por exigencias de la navegación, lo que facilitaría el contacto más o menos estacional con el elemento indígena.
2º. Siglos VIII y VII a. de C. Asentamientos estables, sin duda alguna Gadir (aunque de este se pueda predicar más antigüedad), como posiblemente Abdera y Sexi. En la desembocadura de los ríos Vélez y Algarrobo, evidencias de Toscanos y Chorreras, con especial implantación en el Cerro de Mezquitilla. En lo que afecta al estuario del río Guadalhorce, aposentamiento en Cerro del Villar, sobre restos de poblado indígena.
3º. Siglo VI a. de C., primera mitad: Fundación de Malaka al este del río Guadalmedina.
4º. Siglo VI a. de C., segunda mitad: Consolidación de las estructuras con posible aumento de la población (por incorporación de elementos emigrados del Cerro del Villar, a 6 km.). A partir de este momento es posible aventurar un cierto apogeo de la ciudad en el concierto mediterráneo.
Así, pues, de todo lo dicho y por una razón que en seguida diré, uno mi criterio al ya expresado para fijar como fecha fiable de fundación de la ciudad el tiempo que transcurre entre los años 600 y 550 a. de C. Es obvio que señalar mayor exactitud, al modo en que se atrevieron a hacerlo algunos de los antiguos fabuladores, queda fuera de lugar, por cuanto me haría incurrir en el mis-mo error que señalo, pero en este punto hago uso de mi prerrogativa de alfarero para proponer una fecha representativa, un año en el que todas las ilusiones queden asumidas y las reservas superadas. Dicho año podría situarse dentro de la mitad del período, y no por la pueril considera-ción de acogerme a una media aritmética preconcebida sino por entender que en él se dan con razonable posibilidad todas las soluciones apuntadas. Este año sería el 584 a. de C.
En este punto, según entiendo, se concentran casi todos los vectores que venimos analizando. Si de los colonizadores se trata, sabemos que hacia el 600 a. de C. se ven sometidos a fuertes exi-gencias tributarias por parte de los asirios, que los dominan desde el 676, al tiempo que se regis-tra una fuerte competencia por parte de los griegos, que no se resignan al papel de segundones en el área mediterránea. Si de los indígenas, su consolidado (aunque primitivo) asentamiento en las tierras que les son propicias, tanto para la agricultura y ganadería, como para la minería, ac-tividad esta de enorme atractivo para cualquier foráneo que conservase el mínimo olfato comer-cial. A estas consideraciones le doy el valor de ‘generales’ que parecen tener pero si agrego el hecho, ya documentado, del abandono del asentamiento Cerro del Villar, que en opinión de la doctora Aubet se produjo hacia la década 580/570, constituyéndose su población en emigrante... al solar cercano Malaka, recién erigido,[11] y las cada día más apoyaturas arqueológicas con que se cuenta, algunas detalladas líneas arriba, la elección de la fecha 584 no debe escandalizar a na-die.
Es por lo dicho por lo que creo que la propuesta no es equiparable a las expuestas con rango de barbaridad, pues en mi caso me limito a sugerir a las autoridades académicas y científicas una zona de encuentro consensuada, la cual, si valoramos adecuadamente las evidencias exhumadas hasta la fecha, permite aventurar que en poco o en nada podrán variar su bondad futuros hallaz-gos. Aunque si esto no se cumpliera tampoco importaría demasiado porque, en rigor, de lo que estoy hablando es de sustancia mágica, de taumaturgia, de abandono de tiquismiquis consuetu-dinarios, de apertura del pasado, que viene a ser algo parecido a proyectarse al futuro.
La cuestión no es baladí. Son numerosísimas las ciudades a lo largo y ancho del planeta que mantienen como referencia del comienzo de su andadura una fecha mítica. El ejemplo de Roma en el 753 a. de C. -es decir, 169 años antes del que propongo- puede servirnos de modelo, si bien en este caso habría que salvar su imperial implantación. Pero todo puede andarse. Angosto es el camino pero poderosa la voluntad de recorrerlo.
Al tiempo que de nuestros científicos e investigadores, recabo también la atención de las au-toridades políticas y culturales en general para dar carta de naturaleza al propósito. No será fácil encontrar mejor ocasión para instituir el magno acontecimiento que el ya cercano 2016, cuando desde hace tiempo se apunta desde todos las atalayas del saber malacitano para convertir dicho año en capital de la Cultura Europea. Pues bien, si se quisiera, si se intentara, ese sería el co-mienzo de una gran etapa, el año en que Málaga cumpliría 2600 desde que entrara en la His-toria.
Escrito queda.

[1] Es sobradamente conocido que semejante afirmación fue hecha por un cronólogo de Cambridge, un tal John Lighfoot, quien, al ‘revisar’ los cálculos efectuados por el clérigo protestante James Ussher, arzobispo de Armagh, de la Iglesia de Irlanda -que basándose en el estudio meticuloso de la Biblia había llegado a la conclusión de que la Creación había tenido lugar en el 4004 a. de C. y el diluvio universal en el 2349, y así lo publicó en 1650-, corroboró que así era, aunque precisando que ello aconteció el domingo 23 de octubre de 4004 a las nueve de la mañana. Aunque no debemos extrañarnos demasiado: el mismo Lutero atribuía a la Creación una antigüedad de 4000 años. Incluso Kant, el gran filósofo alemán, no pasó de estimar la edad de la Tierra en varios millones de años; es decir, no más de tres o cuatro.
[2] Guillén Robles, Francisco. “Historia de Málaga y su provincia”, nota 2, p. 14, Málaga, 1874. Salta a la vista que el autor sumó las dos fechas para señalar la antigüedad de tres mil ochocientos años; opino que no sólo la interpretación es errónea, pues en la cita de Morejón la alusión al tiempo que falta para el nacimiento de Jesucristo es referencial, sino, además, que la operación aritmética es incorrecta, ya que el total asciende a 3968 años, con lo que nos retrotraeríamos al siglo XL a. de C., casi casi al tiempo de la Creación, según las cuentas del reverendo Ussher.
[3] Medina Conde, Cristóbal. “Conversaciones históricas malagueñas”, vol. I, p. 2, Málaga, 1789.
[4] Morejón, Pedro de. “Historia General, y Política de los Santos, Antigüedades y Grandezas, de la Ciudad de Mála-ga”, p. 52, edición del Ayuntamiento de Málaga, Málaga, 1999.
[5] Roa, ;Martín de. “Málaga, su fundación, su antigüedad eclesiástica y seglar”, Málaga, 1622.
[6] Guillén Robles, Francisco. “Historia de Málaga y su provincia”, p. 17, Málaga, 1874.
[7] Bien que después de vencer fuertes resistencias, pues no estaban por la labor las autoridades políticas y culturales de entonces; pero ya veremos esto.
[8] García Alfonso, Eduardo. “La primera historia de Málaga. La colonización fenicia arcaica”, p. 112, Mál., 2002.
[9] Rodríguez Oliva, Pedro. “Málaga en la Antigüedad”, p. 104, edición Sur, Málaga, 1994.
[10] Marín Ceballos, María Cruz. “”La colonización fenicio-púnica en la provincia de Málaga”, p. 34, “Historia Antigua de Málaga y su provincia”, Arguval, Málaga, 1996.
[11] Algunos autores han estimado que Malaka no es sino producto de dicho ‘traslado’.

miércoles, 30 de julio de 2008

Una fecha de nacimiento de Málaga que ´cuadra´ con 2016

LA OPINIÓN DE MÁLAGA - 17 - Julio - 2008


Enrique del Pino propone, a efectos turísticos y culturales, el 584 a. C. como el año fundacional de la ciudad para poder conmemorar en 2016 los 2.600 años


ALFONSO VÁZQUEZ. MÁLAGA Según la leyenda, Rómulo y Remo fundaron la ciudad de Roma en el año 753 antes de Cristo y en concreto, el 21 de abril. Aunque la veracidad de la fecha no está comprobada, ha sido utilizada por los historiadores clásicos hasta convertirse en, valga la redundancia, un ´clásico´ a la hora de abordar el nacimiento de Roma.


El investigador y escritor malagueño Enrique del Pino propone en su libro ´Historia general de Málaga´ una fecha igual de "mágica" y "mítica" para la fundación de nuestra ciudad, buscando con ello el impacto cultural y turístico que tendría una propuesta así: el año 584 antes de Cristo.


Enrique del Pino quiere subrayar que no se trata de una fecha históricamente probada pues no es la exactitud histórica lo que se busca con la iniciativa, "pero tiene visos de verosimilitud" porque se encuadra en la ´horquilla´ temporal que estiman los arqueólogos más entendidos sobre la Málaga fenicia, y que se refieren al primer tercio del siglo VI antes de Cristo.El autor de la ´Historia general de Málaga´ recuerda que según la experta María Eugenia Aubet, en la década del 580/70 antes de Cristo se produjo el abandono del vecino Cerro del Villar. "Cambiaron de río: del Guadalhorce al Guadalmedina y fundaron Malaka", señala Del Pino. Málaga 2016. "Esta iniciativa puede parecer el sueño de un lunático pero no es ninguna tontería, al adoptar el 584 a. C. como fecha fundacional de Málaga lo hacemos coincidir con el año 2016, ya que entonces se conmemoraría el 2.600 aniversario de la fundación de la ciudad", subraya el investigador. A su juicio, esta fecha "mágica", aproximada a la realidad histórica, se convertiría "en un hito cultural y turístico importante" que podría ayudar a la candidatura de Málaga como Capital Europea de la Cultura. De paso, ´anclaría´ a Málaga en el tiempo.El escritor malagueño reconoce que la propuesta lanzada en su libro, descrita en la obra como "zona de encuentro consensuada", ha tenido tanto eco en cartas y artículos de prensa e Internet, que se lanzó a explicar la idea formalmente en una tertulia de amigos, y tras recibir su apoyo, está decidido a crear un foro, que en principio podría llamarse ´Foro para la fijación de la fecha fundacional de la ciudad de Málaga. Malaka 584´. "El título está todavía en ciernes", señala. Y si hay dudas, el autor de ´Historia general de Málaga´ pone otro ejemplo de fecha convencional: el año 1 después de Cristo. "Se sabe que Jesús nació en el año 6 antes de Cristo. Así vemos cómo un dato científico queda postergado por un ´hecho mágico´ y eso hoy no se puede cambiar". Por eso reconoce que, "moviéndonos siempre en el terreno de la magia, de lo mítico y legendario, es posible que esta idea despierte interés. Se puede quedar en agua de borrajas pero hay que arriesgarse", explica.La propuesta ya está lanzada y tiene fecha de salida: julio de 2008.